lunes, 10 de febrero de 2014

Los charlatanes de charlas


No mucho antes de que Agois me bote de Correo (¿cómo andará ahora eso con 20% menos en ventas? Su carísimo gurú español Paco Flores no funciona nada. ¿Y será fea verdad lo de El Callao del 11/12/14?), recibí la visita de un amable empleado brasileño de una gran constructora, insistente por un café. Tras el saludo, fue a la vena: “Queremos que dictes charlas para nuestra empresa”.

Le pregunté en qué consistía eso. “Nada especial. Tú vas y hablas lo que quieras”. Ya por joder nomás, inquirí divertido cuánto pagaban. “Tú pones la cifra y nos pasas los recibos de cuarta categoría. Y también decides la frecuencia”. Le pregunté si era normal. “¡Absolutamente! Un montón de colegas tuyos, de peso, lo hacen para mineras, universidades, azucareras, constructoras… Es usual y 100% legal. También si quieres organizarías talleres. Pero eso si ya esporádicamente”. Sonriente de pensar lo sabroso que sería ver esos recibos de mis colegas en Sunat, le pregunté si esas charlas no entraban en un claro conflicto de interés al contaminar mi opinión de darse algún problema público o político que involucrase a su firma, sobre todo con cosas como la revocatoria tan cerca. Solo sonrió y me miró pícaro. Le respondí que no entraba en eso (y para mis adentros me felicité de casi nunca aceptar dar charlas desde hace tiempo y de hacerlo solo a lo más aceptar un par de botellas de whisky de cortesía). Me botaron en diciembre, Villarán se quedó en marzo y el brasileño Favre ganó.

“Dos y dos son cuatro. Y por cuatro, dieciséis”, cantaban los niños antes de Navidad en un parque de Ventanilla, tras –gracias a San Marcos– leer gratis unos numeritos claves para su futuro evangelio personal… “El que tiene oídos para oir, que oiga” (Parábola del sembrador). PD: Era Lot, no Job.

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