Aquí no se le presta mucha atención a los Juegos Olímpicos de Invierno, lo que es una lástima porque los de Sochi (Rusia) son impresionantes por la infraestructura, organización y belleza: los rusos han hecho una espectacular tarea y para cualquier otro país será muy difícil superarles. ¡A felicitarles!
Sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse
sobre cuánto habrá habido de corrupción en un evento que ha costado
unos US$50 mil millones, y en un país donde la opacidad en el poder de
la política determina todo. Rusia eternamente será imperial, siempre sus
gobernantes –nobles o no, comunistas o no– serán o actuarán como zares
imperialistas (Stalin fue una mezcla de Iván el Terrible con Pedro El
Grande) antes que como aburridos presidentes republicanos, pero eso
conlleva un personalismo que impone la ‘tecnología digital’ (o designar
todo a dedo) y a la tiranía en la administración pública. Los únicos
gobernantes rusos modernos que no actuaron como zares fueron Gorbachov y
Yeltsin, pero ambos acabaron muy impopulares. Al primero le reprochan
desde haber perdido tontamente el Imperio Soviético (sobre todo las
riquísimas Ucrania y Kazajstán) y haber pretendido conservar ilusamente
el comunismo con solo unos cambios en lo económico al no haber sido tan
capitalista en sus reformas como los chinos. Al segundo lo culpan de un
crash económico brutal e innecesario, además de haber ejecutado un
gigantesco plan privatizador que terminó siendo un festín de tiburones.
El zar Putin es astuto como un zorro ártico y
duro como un oso pardo, por lo que su control del poder desde el 2000
sigue siendo absoluto en un país tan complicado y poderoso. Veo difícil
que haya una liberalizadora ‘primavera rusa’ a corto plazo.
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