Hace poco se nos acusó tontamente de racistas solamente por sostener que una congresista no tenía la preparación académica suficiente para ocupar ese puesto, lo que mostrábamos con hechos. El Congreso entró esa mañana en un trompo demagógico y emotivo que me dejó perplejo (cayendo ingenuamente además todas las bancadas en la estrategia humalista de victimizarse). No hubo argumentos racionalmente estructurados en contra sino reacciones tremendamente apasionadas -Sasieta y Lourdes Mendoza lindaron con la histeria, mientras que incluso un periodista como Lombardi hablaba de "invasión a la intimidad"- y casi linchan al pobre Pastor sólo por recordarles que existía algo llamado "libertad de prensa". Mucha cabeza caliente y muy poca sangre fría, lo que asusta y preocupa, pues imagínense un debate así de febril y adolescente sobre un tema mucho más delicado, como por ejemplo la posibilidad de una guerra o la expropiación de una empresa extranjera.
Ante esa sicosis colectiva, solamente Hildebrandt y Vargas se atrevieron a votar en contra de la censura. Y afuera, mucha gente normalmente cuerda y equilibrada cayó en un afiebrado paroxismo de lo "políticamente correcto". Incluso hubo opiniones lisérgicas, como aquella de que esos errores ortográficos constituían una variante del castellano llamada "español andino"... Como siempre, metieron a mi abuelo en la colada y me lo refregaron mil veces, como si una persona fallecida en 1930 tuviera algo que ver con las opiniones de un descendiente en el año 2009. Bien dijo Piérola que el Perú era "un país de desconcertadas gentes". Por eso ya no se extrañen de que sus hijos escolares les digan "racistas" cuando les llamen la atención por errores ortográficos o les repliquen que están escribiendo "en español, pero en su variante infantil-costeña" o que "son de origen quechua y por eso no tienen por qué escribir correctamente el castellano".
Con el riesgo de que me hagan otra censura o un cargamontón de esos, quiero manifestar mi desacuerdo con la iniciativa aprobada ayer por la Comisión de Salud, a instancias de Hilaria Supa, acerca de integrar a los curanderos al sistema de salud estatal. No niego las virtudes curativas de muchas hierbas, pero de allí a que empíricos sin estudios y con métodos bastante discutibles por la ciencia sean asimilados a los galenos... No creo que el gremio médico vea con agrado que en Emergencias se estén frotando cuyes a los pacientes para el "mal de ojo", fumándose puros y escupiendo alcohol, pasándose huevos para el "susto", adivinándose enfermedades con la coca o tratando problemas siquiátricos con "vuelos" de ayahuasca y San Pedro. No discuto las virtudes de las comadronas, pero creo que los ginecólogos están a años luz.
No digo que no haya medicina alternativa a la occidental que no funcione. He visto cómo el dietista Dr. Pun curó con la medicina china la artrosis de un pariente que ningún médico había podido domar y cómo a mí me eliminó una tenaz bursitis para siempre. Un amigo se curó de dolores de la columna con la acupuntura y otro con el quiropráctico. Uno toma boldo hervido por una semana y vuelve a tener el hígado de un quinceañero o ese llantén que desinflama golpes mejor que muchos remedios. La melatonina curó hace años mi hereditario insomnio y por eso siempre me acuesto con mi "Melanie". Pero de allí a que los chamanes tengan el status de los médicos públicos. No pues... ¡Metan brujos también! Me dirán racista otra vez por discrepar de esta iniciativa de Supa, pero esto simplemente me parece un disparate tercermundista.
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