Sería un grave error de la Comisión Vargas Llosa, como ha trascendido, insistir -a instancias de Salomón Lerner- en que el Museo de la Memoria se ubique en el Campo de Marte, al lado del controvertido "Ojo que llora". Eso sólo va a avivar pasiones y polarizar más las cosas.
- Realmente indignante el repulsivo y mezquino gesto del gobierno de Evo Morales de abstenerse de participar en las ceremonias conmemorativas de la Batalla del Alto de la Alianza (26 de mayo de 1880) en las afueras de Tacna, donde tropas combinadas peruano-bolivianas fueron derrotadas por Chile tras intentar una estrategia fallida de atacar por sorpresa a los sureños (10 mil efectivos). Las mal dirigidas tropas aliadas (cerca de 9 mil hombres) se perdieron en la noche y las hostilidades se desataron a las 9 de la mañana con estos hombres agotados por no haber dormido nada. A las 3 de la tarde la derrota ya era total y la cercana Tacna fue ocupada. Después le seguiría Arica y así acabaría la llamada "Campaña del Sur".
Justamente, esa batalla no sólo fue la única donde combatimos ambos países juntos, sino que es la única acción bélica boliviana de renombre, pues antes abandonaron su litoral casi sin combatir (salvo la inflada refriega de Calama, donde murieron 20 bolivianos y siete chilenos. De allí se origina el héroe boliviano Eduardo Avaroa) y luego de esta debacle en Tacna se largaron a su país y nos dejaron solos, con todo el peso de la guerra durante largos tres años más (hasta 1883), en que los chilenos no sólo ocuparon Lima tras derramarse mucha sangre en las pampas de San Juan (sobre todo en las alturas de lo que hoy es La Herradura y el Club Regatas) y en la ciudad mártir de Miraflores (se combatió básicamente en lo que ahora es el barrio de San Antonio y en las cercanías de lo que hoy es Larco) de ciudadanos convertidos apuradamente en efectivos militares (pues nuestro Ejército formal había virtualmente desaparecido tras la infausta "Campaña del Sur"), sino que hubo campañas de destrozo de las provincias costeñas e incursiones en la Sierra.
Los limeños en especial sufrieron humillaciones, saqueos e incendios (Chorrillos y Barranco), amén de secuestros de notables (el presidente García Calderón fue especialmente maltratado durante su cautiverio en Chile) y cupos extorsivos, mientras la vida transcurría apaciblemente en La Paz (y en Arequipa, dicho sea de paso, aunque esto no les guste a los mistianos. Su ciudad no movió un músculo durante la guerra). Nos metimos en esta guerra por tontos, pues lo cuerdo hubiera sido declararse neutral y no sentirse amarrados por el pacto defensivo con Bolivia, dado que este país había roto las condiciones para invocar ese acuerdo al haber provocado la intervención chilena por no respetar un tratado legítimo entre ambos que congelaba por 25 años el arancel de explotación por el salitre que los sureños tenían que pagarles a los altiplánicos. Si el torpe Prado hubiera tenido más carácter, la prensa local hubiera sido más responsable y la ciudadanía menos ilusa, esa guerra no tendría por qué haber sucedido, porque era un problema ajeno.
Es decir, encima que nos metimos en una guerra infausta por sacar la cara por los bolivianos, recibimos este indignante desaire. Por más que Evo Morales esté irritado por los asilos que el Perú le ha concedido a varios enemigos políticos suyos, no puede actuar con tanta bajeza, escupiendo sobre nuestros muertos comunes. ¡Esos son nuestros "amigos" bolivianos de hoy en día y de ayer!
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