A menudo los asesinatos se resuelven tiempo después, como en el caso de un amigo que fue sorpresivamente expectorado de su alto cargo hace no muchas lunas. Resulta que un muy hábil hombre de bazar y de mano zurda envenenó, de a pocos y eficazmente, la mente de un ingenuo que le creía su hermanón, pues sabía que mi amigo le sería –por su ideología y beligerancia– un gran obstáculo para sus planes de intentar comprar el negocio del ingenuo.
Y para eso contó también con el decidido apoyo
de gente de habla portuguesa (que buscaban proteger a su Dama de Lima
en su tablero de ajedrez políticos/empresarial) y de un supuesto
‘experto’ interno, hombre de bazar también. El ingenuo se creyó el
cuento de los dos, de que mi amigo era “demasiado protagonista y que eso
opacaba la marca”, además de los naturales celos humanos que se dan
cuando a alguien le otorgan un galardón importante (lo primero que pensó
mi amigo al enterarse de la mención fue “ahora sí, ya me jodí”) y la
irritación que le generaba que mi amigo le sea franco en sus críticas
hacia su errada gestión de la empresa, yerros frutos, básicamente, de
los consejos del ‘experto’.
Cercenada la leal cabeza del gran obstáculo,
el hombre de bazar se dio con la sorpresa de que el ingenuo no quería un
matrimonio económico con él, y decidió apostar a todo con una jugada
lateral de entrada, calculando que, luego, el ingenuo negociaría ante el
hecho consumado. Se equivocó pues el ingenuo tiene su vena brava y
decidió, al sentirse traicionado, que cualquiera antes que el hombre de
bazar.
Y de pronto se aparecieron los poderosos
Cruzados de aliados, que derrotaron a este Saladino en las puertas de
esta Jerusalén y tomaron la ciudad asediada. “Nadie sabe para quién
trabaja”, pensaba ayer mi amigo…
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