Hace décadas asistí a una cena con Haya como invitado central. Alguien le preguntó por sus tratos con Odría, y Haya respondió que en la política había que ajustarse a la realidad y que, gustase o no, en 1962 Odría había quedado tercero (28%) tras FBT (32%) y Haya (33%), además de ganar en Lima.
“¿Cómo no negociar políticamente con casi el
30% del electorado, a pesar de la corrupción y represión odriísta? Eso
no era realista”, se preguntó. Algo similar ocurrió con el mismo Haya,
que también representaba un 33%, además de monopolizar el norte. Por
eso, la derecha más lúcida (Prado y Beltrán) de ese tiempo decidió
tender puentes hacia el Apra, pues no había más remedio que integrarla
al sistema político, a pesar de los terribles excesos apristas que
habían generado ese hasta comprensible antiaprismo.
Algo de eso sucede hoy en día con el
fujimorismo, donde la rojicaviarada rabiosamente antifujimorista imita a
la más rancia oligarquía antiaprista. Los últimos sondeos y la votación
presidencial pasada revelan que el 25% del electorado es fujimorista;
uno de cada cuatro votantes sufraga naranja (y dudo mucho que Haya
hubiera sacado 48% en una segunda vuelta). Lo cuerdo es atraer al
fujimorismo al ‘mainstream’ político, limándole sus aspectos repudiables
y olvidando un poco el pasado, que los 90 fueron fruto de las
barbaridades anteriores y de una coyuntura apocalíptica. Y ya pasó.
Facilitemos esa asimilación institucional, como ya sucedió con otros
partidos de origen autoritario: el franquismo se convirtió en el PP
(España), el pinochetismo en la UDI (Chile) y
Arena enterró a d’Auibuisson (El Salvador). A ver si la
rojicaviarada/vargallosismo maduran de una vez, que los odios y
marchitas/tuits disforzados no suplantan a la Realpolitik.
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