O Andrés Razuri, quien determinó el vital
triunfo en Junín, que posibilitó el magnífico resultado posterior en
Ayacucho. O el Mariscal Benavides contra los colombianos en La Pedrera.
Nadie niega la inmensa grandeza de Bolognesi
en Arica, pero fue un incidente bélico muy menor, un mero trámite para
cerrar la pinza Tacna/Tarapacá y que los chilenos consoliden la
conquista de nuestro sur extremo tras la total destrucción del ejército
regular peruano en el Alto de la Alianza y en la campaña de Tarapacá (es
más, la paz debió firmarse tras Arica y ahorrarnos varios años más de
destrozos. Ya no había nada más que hacer en esa guerra sin tener ya
flota ni ejército). Arica duró lo poco que los chilenos tardaron en
trepar el morro –y no hubo por parte de nosotros una victoria
increíble–, y con todo en contra, tipo Azincourt (15 mil ingleses contra
40 mil franceses) o los griegos en Maratón, ganaron.
Fue una derrota y creo que una derrota no
debe celebrarse. Lo mismo pienso de Angamos: Grau cayó en una celada
chilena, no pudo escapar (porque no debió salir del Callao sin limpiar
sus fondos, lo que le restaba pique a ese pequeño y obsoleto barquito
que era El Huáscar. Perdió como la cuarta parte de su velocidad y, por
eso, no pudo huir como su acompañante La Unión) y fue masacrado
fulminantemente, en un virtual tiro al blanco. Otra derrota.
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