jueves, 17 de octubre de 2013

San Martín I y II


Perdonen que a veces aborde el caso de la escandalosa sentencia que me impuso San Martín, pero es que esta irregularidad le puede pasar a cualquiera y ya es hora de ponerle coto.


No voy a tocar esta vez esta injusticia por el lado de la prescripción que no respetaron, ni por lo desmesurado del fallo (básicamente por tildar de “alucinógena” una polémica candidatura) sino para mostrarles cómo San Martín varió insólitamente su criterio jurídico y cómo, de ser extremadamente permisivo antes con otros casos de prensa, pasó a ser un Torquemada conmigo. Agradezco al Consejo de la Prensa y al IPYS por la amplia casuística sanmartiniana que me han alcanzado, preocupados por este exceso que mañana también puede alcanzar a otros colegas. Y me comentan que mi caso saldrá en el informe anual de la Sociedad Interamericana de Prensa, para oprobio de algunos.

Por espacio, aquí solo les presento el ya célebre caso Carrascal Carrasco (IPYS), donde un colega tildó de “zopenco”, “peligro social”, “desadaptado” y “Nerón” a un directivo de un instituto provinciano, cuyo local incluso tildó de “burdel”. Un garantista San Martín halló “veracidad subjetiva” y “base fáctica” en estos duros juicios de valor, así sean “provocativos, cáusticos, exagerados o vehementes” por ser “tolerables por el grado de interés general” (tiene lógica, sino tampoco existirían las caricaturas de El Otorongo o las ratoniles imitaciones de Carlos Álvarez). ¡Qué distinto al San Martín que me juzgó! ¡Y encima, ironía para mí, optó por declararla prescrita!

Además, la correcta práctica judicial supone NECESARIAMENTE que un cambio así en el criterio jurídico sea fundamentado, algo que no se dio en mi caso. “Extraño, muy extraño”, como deía la parasicóloga Zizi Ghinea.

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