Todo un deleite leer las reacciones de los twitteritos caviarines a una reciente columna sobre JDC. ¡Son tan deliciosamente infantiles! Encuentras diamantes, como a Tuesta de juez (después de que años atrás fue ignominiosamente expectorado/dimitido de la ONPE por un feo lío de faldas.
Como es caviar y no hay a quién invitar sobre
votaciones, ya se olvidó esto), los mohines piadosos de la cómica
sobrina de Hildebrandt (que lea lo que escribió su tío sobre Thorndike a su muerte o su elogio sobre el cáncer de Ampuero), al insoportablemente
melifluo Renato Cisneros arañándome y llamándome HdP, a mi mamama Patty
del Río mostrando con sus regaños que es una tradicional limeñita
blanca escapada de Ña Catita y a un ignoto novelista como Diego Trelles
(apodado ‘Chibolín’ en el mundo literario por su impresionante parecido
físico), que me pronostica “que terminaré mis días en la fosa común del
olvido colectivo” (que es donde él mora ahora como literato junto al
“anticuario” Faverón…).
Y no faltó el elenco, mis zurdos “groupies” y
rabonas que no dejan de leerme para religiosamente vapulearme. Nunca
van al fondo del asunto y me rebaten, sino me insultan, me acusan
–medievalmente– de “traicionar mi apellido” (¿?), me amenazan, me tildan
de “fujimorista” (¿y qué queda para sus ídolos RMP o AAR?)
o exigen totalitariamente que no tenga tribuna. Se ponen hipersensibles
sólo por escudriñar a un fallecido (¿la Historia no es el análisis de
los muertos?), pero bien que celebraron la muerte de Thatcher y las bajezas de Morrissey o la caricatura infernal de Carlín. ¡Allí sí no se
tocaba a un muerto!
¿Y qué querían? ¿Que le elogie, como varios
hipócritas? ¿Que calle, siendo acusado de promover una “injusta”
sanción? No, pues. Crezcan.
Aldo Mariategui
Aldo Mariategui
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