lunes, 6 de enero de 2014

Regalo de cumpleaños


Estoy leyendo a Jeremías Gamboa y me sorprendió mucho que le reviente tantos cohetes al “novelista” Gustavo Faverón, al que llama “Ferrero” en su obra. No sé si el buen Jeremías ha leído una columna (“Lavadito con Ña Pancha”, noviembre 2006) que escribió César Hildebrandt presumiblemente sobre este sobrino suyo (al que llamaría “Tavito”).

Aquí le paso unos pedazos para que se ilustre: “El capo Tavito estaba convencido de que era el Vladimir Nabokov de la calle de las pizzas, el Guillermo de Torre del Haití, el Harold Bloom del cómo es y el Dámaso Alonso de un Neruda de repetipuá, que eso era lo que en verdad le correspondía. Siempre consideró que arrastrarse era una dulce obligación, que rampar era un arte marcial y que apoyar a sus amigos aun a costa de la verdad tenía un contenido casi moral. Por lo general, sus amigos escribían cosas suaves y entretenidas, charcutería digesta para pasar el rato, y a él le daban el encargo difícil: Encuéntrale trascendencia –le ordenaban al capo Tavito, que de capo, en verdad, no tenía nada porque recibía órdenes hasta de los grafómanos pandilleros.

Y allí estaba Tavito con su lupa de entomólogo, es decir de autobiógrafo, encontrando la trascendencia de la vaina y la reverberancia ontológica de la cojudez. Era tan talentoso en el arte de la invertebración que siempre encontraba algo: una medallita milagrosa, una mata con geranios que podía salvarse, una historia chueca que solo había que enderezar para poder quedar bien y luego recibir palmaditas en el hombrito, porque, al final de cuentas, el pobre Tavito se había convertido en lavador de libros, Ña Pancha de medianías e insultador “ofendidísimo” en los blogs del ambiente cuando alguien se atrevía a recordarle lo que era y el triste papel que tenía en el mundillo literario de Lima City”.

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