Y prosiguen los cubileteos, las ofertas, los "yo quiero" y los "no" típicos antes de constituirse un nuevo gabinete. Pero llama la atención que un político tan curtido como Alan no tenga desde hace meses un "Plan B" de reemplazos. En todo caso, nadie es ministro hasta que jura, y para reforzar este aserto cuento una anécdota que me narró un veterano acciopopulista y a la que le doy su simple valor testimonial de sabroso "chimento" político.
Resulta que estaba por jurar el gabinete Hercelles el 31 de mayo de 1968 -que habría de ser el penúltimo del primer belaundismo antes del infausto golpe velasquista- y los nuevos ministros ya se encontraban tras la cortina del Salón Dorado, esperando con sus respectivos fajines en la cintura la inminente ceremonia que comenzaría en unos 30 minutos. A la cartera de Fomento, como se denominaba antiguamente a lo que ahora vendría a ser Produce, iba el arquitecto De Martis, en reemplazo del saliente Carriquiry.
De pronto, De Martis inesperadamente encaró al presidente Belaunde y se puso a exigirle una acción mucho más enérgica con respecto a la conflictiva y antipática petrolera yanqui International Petroleum Company (IPC), que explotaba los pozos y operaba la Refinería de Talara, y que mantenía un larguísimo contencioso tributario con el Estado Peruano desde Leguía, el cual se había exacerbado desde la década del 50, convirtiéndose en una obsesión nacional, particularmente alimentada por El Comercio.
Belaunde había prometido, al asumir en julio de 1963, resolver el problema en los primeros 90 días de su administración, pero entre la mañosería de la IPC, su proverbial indecisión y las presiones yanquis (se temía que nos aplicasen la "Enmienda Hickenlooper" o sanciones económicas en caso de una expropiación) no se había llegado a nada a esas alturas de 1968. La discusión subió de tono hasta que Belaunde repentinamente llamó a Carriquiry y le comunicó que permanecía en el cargo, pues el señor De Martis ya no iba a reemplazarlo en Fomento, que haga el favor de ponerse el fajín. Así, más de una ceja se arqueó cuando a los pocos minutos se abrió la cortina y se vio esa continuidad en dicha cartera. Es decir, se frustró un nuevo ministro con fajín puesto y haciendo cola tras la cortina. ¡Así es el Perú! Bueno, tampoco hay que olvidar cómo Carlos Ferrero saboteó la llegada de Fernando Olivera a Torre Tagle durante el toledismo, renunciando por fax al premierato a los pocos minutos de que éste juró y tumbándose al gabinete entero, cual Sansón con los filisteos.
De Martis fue años después viceministro de Vivienda con el vicealmirante Gerónimo Cafferata (quien sería asesinado años después por Sendero Luminoso entre Barranco y Surco cuando manejaba rumbo al Banco Industrial, ente que presidía) durante la tiranía de Morales Bermúdez. Lamentablemente, ambos idearon la Ley del Inquilinato, una de las peores normas de la dictadura militar, que dispuso la congelación de todos los alquileres y la inamovilidad del inquilino, al que prácticamente no se le podía echar. Vino la inflación y eso empobreció a miles de propietarios (sobre todo ancianos que habían invertido allí sus ahorros, pues antes alquilar una propiedad era la "jubilación" preferida), dado que más caro era el taxi que cobrar la renta, además de fomentar el abandono físico de las casas y extinguir la oferta de vivienda.
Esta ley nefasta fue abandonada recién bajo el fujimorismo, así que miles de sinvergüenzas vivieron casi gratis por décadas (consignaban las míseras rentas en el Banco de la Nación para asegurarse). Cojudeces como esas se han hecho a pasto en nuestro país, especialmente con Velasco, y seguramente regresarían con Humala.
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