Observar los crueles, confesos y fríamente calculados asesinatos de la cantante Alicia Delgado y del estilista Marco Antonio reafirman mi posición favorable a la pena de muerte para este y otro tipo de crímenes atroces. Por eso transcribo una columna pasada ("Sobre la pena de muerte", 11 de enero del 2007) que se basa parcialmente en un artículo escrito para la estupenda revista Etiqueta Negra:
"Apruebo la pena de muerte porque creo en el castigo por la justicia que éste implica per se y no porque tenga que variar comportamientos. Admito la pena de muerte en público porque no temo que se me caricaturice como 'mortícola bushista', 'neandertal conservaduro' o 'fascistón latino' en típica falacia ad hóminem. Estoy a favor de ella porque es posible salvar siete vidas inocentes por cada criminal ejecutado: Isaac Ehrlich (Universidad de Buffalo) probó así que ante la posibilidad de ese castigo, otros (7) delincuentes evitan cometer asesinatos.
Así, la pena de muerte es disuasiva, intimida a los criminales (también lo sostienen el Premio Nobel de Economía Gary Becker y el genial profesor Gordon Tullock, de la Universidad George Mason). La admito por eso -la ciencia me respalda-, pero sobre todo por un contrato social básico: uno pierde su derecho elemental a la vida propia cuando incumple su deber humano elemental de respetar la existencia ajena. Estoy de acuerdo con la pena de muerte para todos aquellos (violadores de niños, homicidas, terroristas, cabecillas del narcotráfico y secuestradores) que atacan con violencia atroz los valores que más debemos proteger en la sociedad (integridad del niño, vida del prójimo, tranquilidad, salud pública y libertad individual). Acepto la pena de muerte porque no creo que ese tipo de personajes sean 'redimibles' (...) Creerlo es un cándido idealismo adolescente, no un ejercicio de sentido común ni una muestra de experiencia de adultez.
La sociedad expresa su denuncia de las malas conductas a través del castigo, decía el magistrado inglés Lord Denning, y lo cito: 'Para mantener el respeto a la ley es esencial que el castigo infligido a crímenes graves refleje la repulsa que siente la mayor parte de la ciudadanía hacia éstos. Algunos crímenes son tan atroces que la sociedad insiste en un castigo adecuado porque el delincuente lo merece, al margen de que éste sea disuasivo o no'.
Voto por la pena de muerte porque creo en la democracia y en lo que quiere la mayoría: siete de cada diez personas piden que se ejecute la pena capital (...) Creo en la pena de muerte porque amo la vida humana (...). '¿Acaso multar a un criminal muestra falta de respeto hacia la propiedad o encarcelarlo hacia la libertad personal?', escribió John Stuart Mill. 'Mostramos nuestro respeto a ésta (la vida) por la adopción de una norma que establece que aquel que viola ese derecho de otro pierde ese derecho para sí mismo', añadió.
Y estoy a favor de la pena de muerte en un sentido laico, al margen de creencias religiosas u opiniones clericales. La apruebo abiertamente porque me gusta polemizar contra el discurso 'políticamente correcto' y castrante a nivel intelectual de la izquierda y de la Iglesia. Ambas organizaciones olvidan que sus matrices deben de haber sido las que más han matado en la historia. (Como buen liberal, legalizaría de inmediato el matrimonio gay, las drogas, los sindicatos de prostitutas y la eutanasia)".
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