domingo, 7 de junio de 2009

No a la censura

 No puedo sino protestar por esa censura decimonónica en el Teatro Británico, según ha denunciado el dramaturgo Alonso Alegría. Este contó ayer que el Consejo Directivo se irritó por unas fuertes escenas anticlericales de la obra Respira (Eduardo Adrianzén), a la que pretendió sacar prematuramente de cartelera. Si bien no pudo realizarse este despropósito, se ha procedido a censurar otro estreno (La habitación azul, de Mateo Chiarella). ¡No pues! Ionesco y su "Prohibido prohibir" vienen a mi mente cuando con vergüenza me entero de estos desatinos en el siglo XXI. Y hace no mucho también hubo un problema en una galería por una artista que le puso ropa interior a unas efigies de santos. ¡Ya parecemos un país islámico! Si no les gusta la obra, pues no la vean. ¿Y no se acuerdan cómo hace un tiempo se censuró al dibujante Piero Quijano en una exposición por una caricatura sobre los militares peruanos? 

Es como cuando yo era universitario y se prohibió La última tentación de Cristo de Scorsese en el primer gobierno aprista, un "plomazo" que hubiera pasado desapercibido si la Iglesia no hubiera hecho tanto lío. Creo que al final la programaron en trasnoche (11 p.m.), el horario porno de la época. Y mucho antes el dictador Velasco desalojó con la Policía a los espectadores del estreno de Decamerón (¿o era Los cuentos de Canterbury?) en el cine Roma. ¿Dónde están las libertades de expresión y artística? Censurar el arte es totalitario, fascista, comunista (porque en Cuba y China se censura todo), retrógrado, medieval... ¡Qué vergüenza! 

Hablando de artes y actores, me apenó la muerte de David Carradine, el "Pequeño Saltamontes" de la serie Kung Fu. Ese fue uno de los héroes de mi tv en blanco y negro durante mi infancia en los 70 junto a Vic Morrow (el sargento Saunders de Combate) y William Shatner (el capitán Kirk de Viaje a las estrellas). ¡Calla, callando, nos hacemos viejos! "Tempus fugit" ("El tiempo se escapa"), decían los romanos. Por eso "Carpe diem" (¡Vive el momento!), aconsejaban. 

No hay nada más valioso e irrecuperable que el tiempo. Por eso siempre me acuerdo de Góngora: "Mozuelas las de mi barrio/ loquillas y confiadas/ mirad no os engañe el tiempo/ la edad y la confianza/ No os dejéis lisonjear/ de la juventud lozana/ porque de caducas flores/ teje el tiempo sus guirnaldas. ¡Que se nos va la Pascua, mozas, que se nos va la Pascua!/ Vuelan los ligeros años/(...)/ porque le hurta la tarde/ lo que le dio la mañana/ Yo sé de una buena vieja/ que fue un tiempo rubia y zarca (nota: de ojos azules)/ y que al presente le cuesta/ harto caro el ver su cara/ porque su bruñida frente/ y sus mejillas se hallan/ más que roquete (nota: manta blanca) de obispo/ encogidas y arrugadas/(...)/ Por eso, mozuelas locas/ antes que la edad avara/ el rubio cabello de oro/ convierta en luciente plata/ quered cuando sois queridas/ amad cuando sois amadas;/ mirad, bobas, que detrás/ se pinta la ocasión calva/ ¡Que se nos va la Pascua, mozas, que se nos va la Pascua!". 

Y Quevedo: "La vida empieza en lágrimas y caca/ luego viene la mu, con mamá y coco/ síguense las viruelas, baba y moco/ y luego llega el trompo y la matraca/ En creciendo, la amiga y la sonsaca/ con ella embiste el apetito loco/ en subiendo a mancebo, todo es poco/ y después la intención peca en bellaca/ Llega a ser hombre, y todo lo trabuca/ soltero sigue toda perendeca/ casado se convierte en mala cuca/ Viejo encanece, arrúgase y se seca/ llega la muerte, y todo lo bazuca/ y lo que deja paga, y lo que peca". 

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